Lo sabía



Esa que habita adentro de mi. Que fue hoy hace 365 días cuando mi espíritu en medio del desasosiego que solo produce el caos, pensé en no vivir más.



Y entonces esta madrugada sin haber dormido muchas horas después de una gran fiesta con amigos del alma, mi espíritu me despertó por alguna razón. Por una misteriosa razón y milagrosa a la vez para que hiciera mi recuento. Porque lo logré y porque desearía que muchos cruzaran ese umbral del que uno solo puede salir fortalecido y amado. Grande y con su corazón restaurado por completo.



Lo sabía. Eran las 4:36 y mi vida comenzó como aquel día. Solo que en aquel solo había desasosiego y meses sin dormir y sin comer adecuadamente. Meses de angustia causada por un descuido en un pago a mi estado. A ese mismo que no nos brinda tantas cosas pero que nos exige como si no fuera creado por nosotros y para nosotros. Y como si no fuera humano. Y ciertamente no lo es y no lo será hasta que cada uno de nosotros viva su propio proceso y cambiemos eso que no nos funciona. Eso que no nos sirve. Pero a nosotros mismos. Y yo que aunque soy imperfecta como todos, llevaba años a través de un sentir profundo y honesto soñando con construir un mejor planeta, uno mejor para mi, para mi hijo y para los que vienen, tuve que soltar aquello construido con tanto esfuerzo y durante más de veinte años…para aprender a soltar.



Lo sabía. De eso se trataba. ¿Pero qué podría haber más fuerte que soltar? Soltar una y otra vez. Y nuevamente soltar. Y soltar más. Y más….solo eso…y nada más. Y así ha sido. Y será. Porque decidimos desde que dejamos de ser nómadas, asentarnos y coleccionar cosas y acumular. Y mantenerlas como si pudieran irse por siempre con nosotros. Y como si pudiéramos volver al cosmos con ellas. Y aunque ya todos sabemos la respuesta, seguimos apegados a objetos, a relaciones, a empresas, a hábitos, a sueños que se desvanecen en la memoria. Porque no podemos atrapar nada. Lo único que permanece es eso que habita en nosotros. Esos que somos. Esta que una y otra vez se desnuda. Ante la verdad. Ante la justicia. Ante el dolor. Ante el miedo. Pero también ante la felicidad y la magia. Ante el silencio y el placer. Ante la delicia de habitarme y reconocerme. De mirarme y tocarme. De saberme y sentirme humana. Humana. Espíritu. En conexión.



Y mis lágrimas nublan mi visión como la niebla tibia que sana esas montañas que veo en la distancia. Y mis lágrimas me sanan como la lluvia que me limpió ayer todo el día en un maravilloso día de recorrer mi bosque para nuevamente y al lado de otro espíritu valioso verlo para darle vida a mis sueños de tantos años…de tantos. Y aunque tocara la tierra tan duro y aquel palo me aplastara la mano hasta el dolor absurdo, solo hoy comprendo de qué se trataba todo. Y puedo perdonarme. Y puedo perdonar porque toqué fondo y porque durante 365 días he estado suavemente saliendo de mi propia oscuridad para salir a la superficie y poder ver la completa belleza de mi vida, de la vida, de nuestras vidas.



Toqué fondo aquella vez y hoy toco la superficie tibia y amorosa. Estoy encima de ese mar interno que somos y del caos pasé a recobrar mi vida. A soltar aquello que ya no era y que no podía continuar cargando porque era el lastre que me hundía y que no dejaba salir esta que me habita. A quienes me acompañaron GRACIAS. Porque sin entenderlo muy bien, hicieron lo correcto. Porque creyeron en mi mientras yo no podía hacerlo. No sobra decir por supuesto que ese espíritu que nació a través de mi y quien delicadamente también me escogió para que juntos le diéramos vida han sido durante todos estos días y noches grandes espíritus compañeros. Cada una de sus palabras y de sus silencios también fueron los precisos. Amigas del alma fueron esas brujas que seguro han estado conmigo en otras y las abrazo donde estén. Amigos viejos y nuevos gracias. Porque la vida sin amigos y sin familia obviamente no tendría sentido.



Toque fondo. Lo sabía. Lo que no sabía era que este viaje en ascenso iba a ser hacia adentro. Mi viaje para conocer a ese espíritu sin género que me habita…y a quien yo creía conocer. Me era familiar. Lo tocaba con mi piel y me hablaba en sueños. Pero aquel día me habló tan claro y fuerte como solo la muerte puede hablarnos. Y hoy solo puedo darle gracias a esa que soy por haberme ayudado a rescatarme. Por haberme hecho llegar hasta ese fondo oscuro para hoy poder ver esta luz brillante que habita en mi y que abrazó a la resiliencia para sacarme de allí ilesa.



Me siento a salvo en mi cuerpo y amo a mi espíritu y a mis ancestros porque me dieron la vida. Y a todo lo que ha pasado desde esa gran explosión de la que provengo y de la que provenimos. Porque ese polvo de estrellas que nos hace y nos define es mi mayor tesoro. Porque es mi vida. Y la posibilidad que tengo de ser cada día un mejor ser.



Quien quiera que sea…ya sé quien habita en mi. Ya te conozco. Y ya te conocía…

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