Miedos



Profundos. Humanos. Instintivos. Genéticos. Ancestrales. Miedos arraigados por allá como en una memoria colectiva. Profunda. De esas que uno no quiere ni saber ni hablar. Pero que hay que. Porque sólo así sanamos. Solo así liberamos. Y soltamos. Y dejamos de ser esos seres humanos de antes y nos convertimos en otros. En unos nuevos. En unos llamados a ser. En unos destinados a ser.



Miedos. De esos que Olguis mi amiga durante tantos años me dice que no me echaron, pero que si me echaron. Y que me arrebatan de locura en una madrugada como hoy. Porque finalmente si hice la fila en el miedo Olguis y me dieron. Y yo me quise volar, porque vi una mariposa azul... Pero antes de salir, antes de bajar, me echaron mi dosis también. Y me paraliza. Me deja inmóvil durante las situaciones más conmovedoras de mi vida. Durante esas en donde todos podrían salir corriendo. Donde lo lógico es salir en estampida. Yo me quedo. Y me aturde. Y no sé donde es el norte ni el sur. Donde es allá o acá. Donde es que voy o al menos donde es el camino.



Y me embriaga mis sentidos. Y no puedo ver claramente. Y no puedo sentir simplemente. Y no puedo oler sin perderme en un aroma tal vez incorrecto pero el que quiero. O gustar ese chocolate que amo con locura sin que mi cultura nos diga que engordaremos, que moriremos, que no lo lograremos…Miedo. Miedos. Que nos atormentan a todos. Que nos hacen sernos infieles muchas veces. Que nos hacen ser políticamente correctos con todo y con todos pero absurdamente incorrectos con nosotros.



Miedos. Recordé mis dos más primarios. Los que me ponen a prueba cada que me levanto. Cada que me acuesto. Cada que voy o vengo. Cada que no resisto tu ausencia. Cada que quiero abrazar a mi hijo y ya no está. Cada que deseo apretar fuerte un amigo que perdí. Cada que deseo besar un amor que no fue, que no será. Miedos...Cada que se me esfuma un sueño de las manos y se me escapa a vivir en mi tierra del olvido. Allá donde se quedan guardados muchos de los deseos, de las ilusiones, de lo que verdaderamente somos y vinimos a ser y hacer.



Vencerlos es nuestro reto. Miedo a la muerte. A la mía. A la de mi hijo. Solo nombrarla me duele. Me aprieta el corazón. Me lo arruga. Me hace sollozar. Y así descubro mi mayor trauma. Uno dejado por la muerte repentina. Y lucho por sobrevivir a ese instante. Por dejarlo ir. Pero el me atrapa y me abraza fuerte y entonces recuerdo. ¡Maldita sea! Recuerdo ese instante como si fuera ayer. Y recuerdo que estoy hecha de él y él de mi y mi hijo de él y sus hijos también. Y entonces quisiera de repente borrarlo todo y olvidarlo todo para que mis lágrimas sellen ese instante en que te perdí. En que no te vi más. En que tu puedes verme y sentirme pero yo no. Porque ya eres un ángel, como muchos de los que todos tenemos por doquier.



Miedos. Los míos son dos profundos y arraigados por allá en ese lugar que no me gusta tocar ni permitir que me toquen porque me hace erizar la piel. Porque me hace saber lo frágil que soy. Porque me desnuda toda ante mi propia condición humana en donde como especie si no me adapto no sobrevivo. Y el temor es así la mejor forma de mantenernos con vida. De estar alertas ante las señales que siempre queremos esquivar pero que son inevitables. El miedo nos ha permitido llegar hasta donde estamos. Porque hemos aprendido de él para permanecer.



Miedos. Miedo. De perderme. De perderte…solo nombrarlo me da tranquilidad. Me serena. Serena mi espíritu para continuar sin miedo un nuevo día. Solo uno más...

Like this story?
Join World Pulse now to read more inspiring stories and connect with women speaking out across the globe!
Leave a supportive comment to encourage this author
Tell your own story
Explore more stories on topics you care about