Ángeles terrestres

Una canción me hizo pensar en ellos hoy. Y son verdad. Todos tenemos ángeles terrestres. Y hay veces hasta de cuatro patas. Peludos y con las ñatas mojadas. Otras de dos que se tropiezan contigo en el momento más inesperado pero que cambia tu rumbo y luego te enteras que…tal y pascual… Porque tu rumbo cambia y modifica inmediatamente el intrigado y complejo mundo que te rodea. Porque todo se reordena y se reacomoda y tiene su propia vida y su propio rol y su propio existir.

Ángeles terrestres. Yo hace poco conocí cuatro. Un anciano, un niño y una pareja. En ese orden. Subieron a verme. Y yo entendí el mensaje. No era el tiempo. Porque todos lo tenemos. Y fuera de eso nuestra vida es tan valiosa que no merece que se nos vaya en el abismo de la incertidumbre. Somos fieles copias del cosmos y esa complejidad nos hace poseer todo adentro de nosotros para resolver todo lo que sucede afuera y adentro de nosotros también.

Ángeles terrestres. ¿Qué seríamos sin ellos? Porque son ellos los que nos toman de la mano cuando ya no nos queda ni fuerzas ni esperanza para continuar. Son ellos quienes nos arrebatan de momentos inexplicables para sacarnos a la luz y llevarnos a vivir una maravillosa vida de plenitud y tranquilidad. Es como pasar del infierno al cielo. Del abismo más profundo a la tibieza de un amanecer en donde el clima te roza y ni lo sientes.

Ángeles terrestres. Viven tan ocupados con tantos de nosotros que muchos sí cruzan su día aún sin ser el día y ellos sé que se entristecen porque en ese instante se rompe una magia que viene con nosotros y que nos mantiene con ese brillo en nuestro ojos. Con ese chispa divina girando por nuestro cuerpo. Con esa alegría por todas partes y algunas veces con tristeza también.

Ángeles terrestres. Los he visto. Han quedado grabados en mi mente. En mi corazón. En mi espíritu. Porque me salvaron. Y salvaron a mi hijo.